Dioses de ayer y de hoy

17 Febrero 2024

Casi todas las mitologías antiguas y modernas nos cuentan que unos tipos como nosotros, solo que más altos, fuertes, sabios y con una tecnología muy superior, llegaron a la Tierra y, como cabe esperar en estos casos (véase la llegada de los europeos a América) se adueñaron de ella.

La mitología más antigua conocida, por la sencilla razón de que allí se empleó por primera vez la escritura, es la sumeria. Y son las historias y los personajes que en esa mitología se cuentan los que se han venido repitiendo, con diferentes variantes, en todas las mitologías casi sin excepción.

Pero antes de adentrarnos en las peculiaridades de esta cosmovisión expresada en mitos, leyendas y, también, descripciones realistas y pragmáticas utilizando, eso sí, las herramientas conceptuales de la época, conviene rebajar nuestro supremacismo cultural, histórico e ideológico con una simple observación: Los historiadores llegados desde lejanos mundos o, más sencillo aún, nuestros historiadores de dentro de 2000 años, leerán nuestros mitos cosmogónicos, de la creación del mundo, con una paternal sonrisa de superioridad. Porque, nadie se autoengañe sin necesidad ni provecho, el Big Bang, nombrecito mitológico donde los haya, es exactamente eso, un mito, revestido, como siempre sucede con los mitos cuando están vigentes, en algo superior, diferente, verdadero. En este caso, una teoría científica. Y dirán los venideros historiadores o los antropólogos extraterrestres: Aquella gente llamaban a sus mitos teorías científicas… Y pensaban que el mundo había surgido de una explosión, que generó una expansión la cual, al enfriarse todo, generó por condensación las estrellas y, lo que no pudo alcanzar la temperatura de ignición nuclear (nueva explosión controlada y continuada), se quedó en planetas y lunas.

Mitos a los que se le ponen diferentes nombres para ensalzarlos sobre lo que se considera una simple superstición amasada con fantasías, hechos reales, sucesos incomprensibles (los ovnis) y mucha ignorancia. Se le llama Verdad, sabiduría, Teoría… Historia (de la buena, de la de verdad). Unos mitos que, desde suficiente distancia, lejos del influjo gravitatorio que abduce nuestras mentes para creernos su literalidad, se pueden decodificar en algo que no sea mitología, teoría, fe… sabiduría.

Y así, donde pone que aquellos superhombres, esos tipos superiores, elevados sobre el común de los terrestres, era como nosotros, tan de carne y hueso que podían procrear uniéndose como es costumbre con nuestros vecinos (uno y los suyos siempre se salva), hombres y mujeres comunes y corrientes, luchaban por el poder entre ellos y nos esclavizaban, unas veces con buenas maneras y palabras. Otras, las más frecuentes, por las malas y sin guardar ningún miramiento. Tenían cacharros volantes, armas poderosas capaces de aniquilar sodomas y gomorras y reducir a cenizas a la mujer desobediente del bueno del patriarca, bases militares con sus zonas residenciales civiles y sus plantaciones, atendidas por obreros terrestres especializados, fruto de alguna travesura de ingeniería genética, muchas horas de amaestramiento, adoctrinamiento y cursos de formación profesional. Y también, tenían sus propios mitos, de los que nacían, ideologías, creencias, valores, principios, verdades… y leyes.

Descifrar con la limpieza de un buen artesano, la sencillez de un campesino moldeado en el yunque del clima y el martillo del dueño, la desesperación lúcida del esclavo instruido o el escepticismo romántico de la meretriz, esos mitos de antaño y prever la decodificación de los actuales, solo requiere, a falta de los títulos mencionados, perspectiva, alejamiento más allá del cercado invisible que, como la gravedad de los astros, conlleva toda idea transformada en ideal, dotada de vida propia, con su voluntad, sus intereses y su afán por sobrevivir y propagarse mediante esos portadores tan inteligentes y fáciles de poseer como son… nosotros.

Y bien, lejos del influjo que (a partir del siglo VI aC) transforma los mitos en algo excelso, sobrenatural, finalmente antinatural, expresión sublimada de la esquizofrenia colectiva y colectivizadora, descubrimos, por ejemplo, que esos tipos superiores a los que tras la crisis psicótica de ese escalofriante siglo VI aC, como en una delirante (valga la redundancia) película de Marvel, se les transforma en entidades inmateriales, dioses, Dios Único o Universo todo transformado en espíritu de sí mismo, eran y, por lo que el camuflaje propio de todo cazador o pastor profesional, desvela para quien sepa ver y distinguir en la espesura, son como si fueran los nosotros de casi hoy en día o, cuando mucho, lo que serán (tal vez seremos) nuestros hijos dentro un par de siglos, quizá tan solo un puñado de décadas.

Y es que, veamos:

¿Qué puede ser ese al que los sumerios llamaban Enki (señor de la tierra) sino el comandante en jefe del ejército (de tierra) de las fuerzas expedicionarias coloniales? ¿Qué ese al que llamaban Enlil (señor del aire) sino el comandante en jefe de las fuerzas aéreas? ¿Qué ese al que (identificado con el sumerio Enki) los acadios llamaban Ea (casa-agua) sino, como el Poseidón griego (dios supremos de los mares), el comandante en jefe de la marina?

¿Es tan difícil pensar con sencillez, simplemente traduciendo los términos de un mito a nuestro idioma actual, utilizando para darle sentido lo que ahora sí conocemos y antes no?

A partir del siglo de Marvel (la filosofía en Grecia, Buda, Lao Tsé, Confucio, el judaísmo monoteísta, Mahavira, Zoroastro…) Estos simple personajes militares, científicos o políticos descritos en las crónicas de época, se divinizan, espiritualizan, extramundanan llevados sus autores y sus seguidores por ese delirio de inmaterialidad, de locura ensalzada por su propio combustible y, así, hasta nuestros días, donde los mismos profetas transnombrados en influencers, expertos, maestros ascendidos… componen con los nombres de los personajes y las malas traducciones conceptuales fantasías numerológicas, astrológicas, religiosas a lo clásico o lo newage, cómic sustentados en abstracciones tópicas, lugares comunes vulgarizados hasta la nausea o interpretaciones que no se sustentan en la sencilla traducción (Enlil, señor del aire = Comandante de las fuerzas aéreas) sino en la aceptación literal de lo que, tras ese delirante siglo VI aC, vino a tornarse en una versión absurda de lo que simplemente eran términos de época. Algo así como si unos pretendidamente realistas y objetivos historiadores del futuro pretendieran que nuestro mito cosmogónico, de la creación del mundo, pobres de nosotros, estaba de verdad hablando de una explosión a la que ni siquiera llamábamos como tal sino con un “Gran Bang”. O que cuando hablamos de teoría de cuerdas realmente nos estamos refiriendo a cuerdas. ¿Y qué pensarían cuando vieran alguno de esos youtubers hablando de que somos pura energía o de cómo alcanzar altas vibraciones?

Esos tipos que nos cuentan las crónicas de la época pusieron a los terrestres mejorados genéticamente, aleccionados doctrinalmente y formados tecnológica y profesionalmente en sus bases militares, científicas y residenciales, con sus laboratorios, sus armas y sus plantaciones agrícolas para servirles como esclavos, como “trabajadores primitivos” (así, literalmente), como entretenimientos sexuales… Y cuando esos terrestres escaparon de esas plantaciones y bases, trataron de reproducir todos esos avances tecnológicos que habían aprendido como simples obreros especializados (no como ingenieros) y comenzaron a enseñarle de forma rudimentaria al resto de terrestres lo que habían aprendido, sus amos, los colonos, los dueños del la Tierra, tomaron cartas en el asunto y decidieron exterminar a esos obreros especializados, con una genética levemente mejorada (misión imposible porque se habían diseminado y mezclado con la población autóctona “normal”), luego, truncaron los esfuerzos de replicar una sociedad tecnológicamente avanzada como la que habían conocido, se repartieron la colonia terrestre en pueblos y territorios (los israelitas para el comandante Yahvé, los moabitas para Quemós, los atenienses para la comandante Atenea, diosa guerrera, es decir, una militar, y así sucesivamente). Hasta que en ese siglo VI aC decidieron que lo mejor era que una potente Inteligencia Artificial se hiciera cargo de controlas la Tierra y mantener a sus habitantes en un estado de esquizofrenia sublimada (bien mirado, como todas las esquizofrenias) hasta nuestros días en que, los frutos de algún traidor que a lo largo de quinientos años sacó al mundo europeo de esa esquizofrenia, han cuajado hasta llevarnos a un nuevo y esta vez sí real momento “Torre de Babél” en el que estamos apunto de alcanzar el “tiempo de los dioses” y vivir como ellos. Y aquí estamos. Igual que en aquellos lejanos milenios, luchando por luchar (la redundancia es esclarecedora) por nuestra libertad, por dejar de estar sometidos a esos tipos de carne y hueso, armas y alta tecnología de control psicosocial, nuestros amos, colonos, señores, escondidos tras el velo de la divinidad, de lo inmaterial, de lo fantasioso para, desde ahí, utilizando como siempre traidores locales, conscientes o inconscientes de su papel, impedir de lleguemos al cielo con nuestras altas torres de lanzamiento y que escapemos del nuevo formato de la vieja base convertida en granja donde retener, explotar a los terrestres y, de nuevo, disfrutar personal y presencialmente de un planeta limpiado de muchedumbres ahora ya innecesarias, asistidos por nativos levemente mejorados, adoctrinados y sumisos.

2 comentarios en “Dioses de ayer y de hoy

  1. Avatar de caliht caliht

    Absolutamente esclarecedora, una versión profunda y lógica, totalmente, una interpretación que aunque solo fuese una hipótesis vibra en clave humana en la más liberadora compresión de la Historia sorprendente. Muchas gracias.

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