«In a spiral galaxy, the ratio of dark-to-light matter is about a factor of ten. That’s probably a good number for the ratio of our ignorance-to-knowledge. We’re out of kindergarten, but only in about third grade.» Vera Rubin.
Hemos llegado tan lejos en nuestro conocimiento del Universo que nos hemos topado con la oscuridad. Lo que Vera Rubin y, antes que ella, Fritz Zwicky descubrieron fue que ahí, en ese inmenso Universo en el que vivimos, hay algo que no podemos contemplar. Algo de unas proporciones colosales. Porque, según los cálculos actuales, la materia oscura supone nada menos que el 22 por ciento de la masa del Universo observable. Si a esto añadimos que la energía oscura alcanza la colosal proporción del 74 por ciento, el resultado es que sólo vemos el 4 por ciento del Universo. Ante estas cifras podemos afirmar, contradiciendo a Vera Rubin, que la humanidad aún no ha dejado el jardín de infancia.
Una mezcla de soberbia, pereza y, quizá, miedo, parecen conjugarse de forma armónica para que, después de descubrir que vivimos rodeados de una inmensa oscuridad, ignoremos la conclusión de que también vivimos en esa oscuridad. Y algo más inquietante: somos oscuridad.
La energía y la materia oscura no vienen sólo ni principalmente a cuestionar los fundamentos de la física, sino los de nuestro más profundo sentido de la realidad. Por eso nos negamos a cuestionar nuestra cosmovisión y, además, a extraer las consecuencias que para nuestra vida personal, real y cotidiana supone el hecho de que no sabemos qué es y qué hay en el noventa y seis por ciento del mundo que nos rodea, qué sucesos provienen y encuentran explicación ahí y, lo más terrible, qué es ese 96% de nosotros mismos constituido por materia y energía oscuras.
Sólo el hecho de que somos oscuridad puede, a su vez, explicar el hecho de que sigamos como si tal cosa después de descubrir que somos ciegos viviendo en la oscuridad. O, peor aún, sólo un ciego que vive entre ciegos es incapaz de descubrir y aceptar su propia ceguera, incluso después de conocer que vive rodeado de oscuridad.
Porque esas cosas y fuerzas oscuras que componen al 96% de nuestro mundo y que no podemos detectar sino de forma indirecta deben afectarnos de forma directa. Hasta ahora sólo hemos podido descubrir la presencia invisible de esa inmensa porción de realidad en el cosmos distante, pero no en nuestro medio físico inmediato ni, menos aún, en el ámbito de nuestras vidas. Y, tal vez, esto sea debido a que estamos enfocando mal la cuestión y no somos capaces de cambiar nuestra perspectiva mental para descubrir los efectos del mundo oscuro en nuestras vidas.
Las proporciones de la oscuridad coinciden sospechosamente alrededor de un mismo porcentaje: 90% de materia y energía oscura, de vida inconsciente o de ADN basura. Sin duda, ese mundo oscuro en el que vivimos, se encuentra presente en toda la existencia humana y, aunque nuestra fe en la Ciencia nos haga creer lo contrario, la verdad es que no conocemos realmente las causas que determinan porqué ocurren unos sucesos concretos y no otros.
Las explicaciones científicas se sustentan en reglas invariables, leyes que se cumplen siempre. Y lo que eso indica es que construimos nuestro conocimiento sobre explicaciones teóricas basadas en aquéllo que no varía. Explicamos la inmensa variabilidad del mundo basándonos en las sombras de invariabilidad que descubrimos mediante el método científico. Pero lo invariable, lo que se repite en una mayoría de sucesos, no explica en absoluto por qué ha ocurrido ese suceso concreto de esa forma concreta. Y de nuevo, esa proporción de oscuridad. ¿Es posible que la variabilidad de los sucesos concretos que no podemos explicar suponga un porcentaje próximo a ese 90%?
De todas las cosas que has vivido en las últimas 24 horas ¿cuántas recuerdas? ¿Un 10, un 5, un 2%? ¿Somos ese apenas 5% de conciencia o ese 95% de vida inconsciente? ¿Es ese sujeto oscuro nuestro verdadero yo? ¿Es él quien siente, desea, decide y actúa? Bueno, la ciencia más vanguardista, esa que utiliza la precisión tecnológica para buscar zonas de variabilidad y no constantes invariables, responde que sí, que somos ese personaje invisible que vive dentro de la oscuridad que compone al 96% del mundo. La conciencia, en ese caso, no sería nada más que una actividad minoritaria en el repertorio de actuación de “nosotros mismos”. Y, sin embargo, vivimos en esa consciencia, en ese apenas 4% de mundo visible.
Pero aún nos queda una reflexión mucho más interesante si cabe, que arrojará luz sobre la naturaleza de la inmensa oscuridad que nos rodea y nos conforma. ¿Cuál es el porcentaje de actividad “visible” de un ordenador? ¿Qué cantidad de procesamiento se muestra en forma de información? ¿Cuánto de todo lo que sucede en un ordenador es lo que vemos? ¿Cuál es el porcentaje computacional de un juego de simulación que podemos ver nosotros… o los personajes de ese juego de simulación? ¿Un 4%? Tal vez menos.
Las proporciones de la oscuridad de nuestro mundo y nuestras vidas no se corresponden con lo que debería ser un mundo real.
Vivimos en una ilusión realista que nos hace contemplar ese, cuando mucho, 10% de Universo visible o vida consciente como si fuera un mundo completo y una vida completa, plena, real. Pero no es así, aunque la ilusión funciona. No dudamos de que vivimos en un mundo real… Exactamente como sucedería con los personajes de un juego de simulación a los que se les dotara de un algoritmo que imitase la sensación de vida plena que tienen los habitantes del mundo real durante el 100% de su existencia y no nuestro 5%. A ese algoritmo lo llamamos conciencia. Y es el gran truco informático sobre el que se sustenta el mundo simulado en el que vivimos. Un mundo que la filosofía y la ciencia de vanguardia, enfocando no a las certezas y los prejuicios indubitables sino a esa oscuridad donde reside la inmensa variabilidad, nos está descubriendo: Vivimos en un Universo simulado. Somos personajes de un “juego de ordenador”.
Vivimos en la brillante oscuridad de la máquina. Estamos diseñados para no descubrir el engaño. Por eso, desentrañar la naturaleza virtual de nuestro mundo es algo extraordinariamente difícil. Pero no imposible. Tendremos que mirar las cosas más cotidianas desde una perspectiva radicalmente distinta, intentando descubrir los “errores” del juego, las pistas más sutiles, las casualidades más anodinas, los minúsculos matices que escapan a nuestra forma habitual de percibir, pensar, y sentir.
Todo un reto propio de la más compleja trama policíaca. Un proceso de iniciación en el que cada idea, cada razonamiento debe ir complementado con un 90% de iluminación interior, de ejercicio de imaginación, de meditación alternativa, de trabajo. De mucho trabajo para descomponer la secuencia algorítmica, digital, que nos muestra el mundo como una realidad densa, analógica, continua… Ver aquello para lo que nuestro diseño no está capacitado. Trascender nuestra etérea naturaleza. Tocar el dedo de nuestro creador.
