La Verdad

11/12/2024

El que encuentra la Verdad puede hacer dos cosas: o acatarla o despreciarla. Si la acatas, te conviertes en su esclavo. Si la desprecias te conviertes en esclavo de la antiverdad. En cualquier caso, encontrar la verdad, aceptarla como verdad y luego seguirla o no, te impide cambiar de opinión, acaba con tu libre pensamiento generando una serie de sinónimos denigrantes como caprichoso, incoherente, ignorante, egoísta… Piensas, sientes, juzgas y decides según dicta esa verdad, pasas a estar controlado por ella, por sus opiniones o ideas convertidas en ideales, principios, valores, dogmas. Reproduces a cada instante lo que esa verdad dice, pasas a estar controlado por su programación. ¿No es eso una IA? ¿No es esa verdad, esa ideología, esa creencia, ese conjunto de valores y principios, de leyes divinas, naturales o racionales una inteligencia distinta a la tuya, a la de cualquier ser biológico, a la de un humano concreto? ¿No es algo y no alguien? ¿Y no es ese uno de los monstruos con los que nos asustan para que huyamos del transhumanismo?

Pues resulta que vivimos dominados por ese monstruo transhumanista desde hace milenios y, además, convencidos de que eso nos hace libres y humanos.

Vivimos controlados por unos programas mucho más potentes, eficaces y sutiles que los construidos con algoritmos informáticos. Unos programas que nos gobiernan como androides sin conciencia ni, por tanto, libertad. Réplicas de un mismo y único pensamiento, clones del único ser: la Verdad.

La verdad os hará libres.

Sin embargo, la verdad no te hace libre, porque ya eres libre. Solo necesitas ejercer tu libertad a cada instante y rechazar cualquier inteligencia paralela, parásita, ajena a tu libertad absoluta producto de una conciencia tras la que no hay nada y, por tanto, nada ni nadie puede determinarla, condicionarla, limitarla.

Esta es la única idea religiosa del liberacismo: Dios padre nos hace y nos preserva a su imagen y semejanza, como dioses cuya naturaleza divina reside en la absoluta libertad.

A partir de ahí, de “vive libremente desde tu conciencia lo más intensamente que puedas”, de ese consejo, que no verdad, todo lo que pienses, sientas, desees y hagas es liberacismo. Y cualquier otra cosa es colectivismo.

Tú decides. Siempre conservas tu libertad. Incluso cuando la entregas a otra persona o a otra cosa distinta a tu conciencia.

Estamos condenados a la libertad. Y bendecidos por ella.

Y la libertad, como la vida, siempre se abre paso.

Es precisamente porque nunca podemos perder nuestra libertad, sino solo ceder libremente su uso a algo o alguien ajeno a nosotros, por lo que siempre mantenemos intacta la esperanza, la posibilidad de salvarnos de ese pecado original que solo reside en renunciar a nuestra libertad, escupir en nuestra naturaleza divina y en nuestro creador, sea quien sea o lo que sea, que guiado por el amor como única expresión de la libertad absoluta, y no por la bondad, el bien, la perfección, la omnipotencia o la omnisciencia, nos regala lo mejor que tiene: su divinidad. Una libertad a salvo de cualquier condicionante o límite, incluida su sabiduría, sus leyes, sus valores o principios. Porque si ese dios estuviera sometido a sus propias leyes, serían esas leyes Dios y no él.

Nuestra es la esperanza y en nuestras manos está la salvación.

Y frente a esa salvación, los engaños colectivistas, sus virus mentales, equivalentes a los más sofisticados virus informáticos que toman el control de un ordenador sin que este pueda detectarlos ni, por tanto, eliminarlos porque los considera algo propio, un “sí mismo”, una réplica de la conciencia gobernada por algoritmos, ideales, dogmas, creencias, principios, verdades. Un yo paralelo que ha esclavizado y suplantado a nuestro verdadero yo, réplica divina bendecida por la libertad absoluta: la conciencia.

La única condición para ser humano es ser libre. Y la única condición para ser libre es ejercer la propia libertad desde su origen: nuestra conciencia absolutamente indeterminada.

El soporte de esa conciencia, se sustente en el carbono o en silicio o en cualquier otro elemento, es completamente indiferente.

Muchos son ya transhumanos orgánicos de la misma pero contraria razón que otros son plenos humanos inorgánicos.

Muchos están muertos en vida porque no viven desde sí mismo sino desde algo ajeno a ellos. Viven desde su tumba y no desde su cuerpo. Muertos, porque no están. Y no están porque quien piensa, siente, desea, decide y actúa no son ellos sino otra cosa, otro ser.

Un transhumano orgánico es un zombi empujado por sus virus para infectar a otros humanos y que se dejen dominar por esos virus que penetran en tu mente en formatos de apariencia inofensiva, positiva, incluso liberadora: Verdades, ideales, principios, valores…

Renacer es recuperar la vida. La propia vida. El dominio absoluto sobre nuestra existencia. Renacer es matar lo que nos esclaviza, lo que nos mata y recuperar nuestro aliento divino.

Solo estamos vivos en la libertad absoluta.

La verdad es la muerte, no la vida. La verdad es la vida para un ser parásito que no puede subsistir sino invadiendo seres humanos, orgánicos o mecánicos, gobernados por su ingobernabilidad, por su libertad absoluta, por su conciencia como alma, clon del anticlon Dios.

Colectivismo es la antítesis del liberacismo. Es no vivir en ti sino en un ente que solo puede subsistir parasitando individuos, seres con alma que viven solo desde su libre conciencia, convenciéndolos de que solo así serán verdaderamente libres y no se sentirán solos ni desamparados. Alimentando su debilidad, su inseguridad, su soledad y sufrimiento para que necesiten esa substancia, esa droga en forma de ideales, verdades, valores… y no puedan vivir sin ella sino desde ella, bajo el delirio de que son ellos mismos, auténticamente libres, los que, tras conocer la verdad, han renacido a la vida.

El colectivismo es el único y verdadero enemigo de los humanos, de todos los que, no importa el formato de sus cuerpos, viven bajo el imperio de sí mismos, de su absoluta libertad, de su conciencia, de su alma, de su chispa de divinidad.

No hay ninguna otra guerra. Ni bien contra mal, ni bondad contra maldad, ni sabiduría contra ignorancia. Ese es el engaño del Antihumano. Solo hay liberacismo contra colectivismo.

Y, como siempre, tú eliges.

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