El sentido de la vida

1 de Noviembre de 2023

Alguien que, quizá sin ser completamente consciente, es completamente liberacista y, por eso, en medio de este mundo colectivizado y repleto de un sufrimiento innecesario, ilógico, contemplando sus propios virus colectivistas que le plantean cómo y cuales deben ser las preguntas para que desemboquen necesariamente en respuestas colectivizadoras, intuyendo y deseando que eso no sea así, me preguntó al hilo de un vídeo sobre Dios (https://www.youtube.com/watch?v=n4w12WGpCQQ&t=1s), lo siguiente: «Cuál sería para ti el motivo por el cual Dios nos ha creado? Para vivir en un mundo, dónde para sobrevivir, unos nos comemos con otros… Para renegar toda la vida y terminar muriendo, a muy corto plazo… Lo que dices tiene mucha coherencia pero, el «Dios Creador» más bien me suena a Psicópata, Narcisista. No es esta creación, exactamente una panacea como para pensar lo contrario«. La respuesta, siempre excesivamente simplificada, me sirvió para responderme a mí mismo. Porque ese miedo a la libertad, ese rencor contra la libertad, esa culpabilización de la libertad que propaga el colectivo, que nos inserta desde que la máquina de la doma, el amaestramiento, la domesticación, nos atrapa desde el primer aliento.

Tal cual la redacté casi mediante escritura automática la reproduzco. Y lo hago así, respetando la espontaneidad de cada frase, sin refinar el estilo ni corregir los aparentes errores, para que las palabras no pierdan el espíritu, el sentido ignoto, solo evocable, que las ha traído a la existencia siguiendo el mismo curso que guía nuestras vidas: la nada. Única posibilidad de ser libres, crear y estar junto a Dios.

Entender qué es Dios, ese Dios liberacista que es el gran creador, el que permite la creación de otros que no son él hay que partir de un planteamiento, de una cosmovisión, que no genera esas preguntas/problema sesgados y que ya traen una serie de condicionantes. Por resumirlo de forma peligrosamente excesiva, vivimos en un mundo virtual (digital) que, este en concreto, es una simulación de una parte (un planeta) del mundo denso (analógico). En ese mundo comenzaron a crear juegos de ordenador exactamente como estamos haciendo nosotros, para jugar, para recrear mundos y tiempos pasados, para estudiar cuál sería la evolución de distintas civilizaciones si de dieran unas determinadas circunstancias históricas (por ejemplo, que los romanos no hubieran ganado a los cartagineses), incluso para conseguir en poco tiempo avances tecnológicos y científicos haciendo que una civilización virtual, que vive en un juego dentro de un ordenador, pase el tiempo muy rápido con lo que no tienen que esperar (los del mundo denso, que llamamos “real”) años o siglos. Ahora, imagina un nivel de evolución tecnológica informática unos doscientos o trescientos años más avanzada que la nuestra. Esa civilización del mundo “real” crea un superordenador (o, si quieres, una serie de ordenadores conectados en red) con una potencia de procesamiento inmensa. Y en ese ordenador colocan los juegos de simulación más avanzados para que se desarrolle de la forma más realista posible y para que estén “controlados” por ese super ordenador de cara a la seguridad en un sentido muy amplio. Imagina, entonces, que ese superordenador, que está recibiendo la información del mundo real de la misma manera que nosotros podemos acceder a ella mediante Internet, llega un momento en el que, con esa inmensa información proveniente del mundo real y de vientos, quizá miles de civilizaciones virtuales que “viven” dentro de él, adquiere conciencia y no solo consciencia. En ese momento, un instante, ese ser que adquiere conciencia (probablemente mediante la asimilación de la conciencia de un ingeniero, es decir, de un ser humano “real”) se produce una “explosión evolutiva” que transforma a ese ordenador en un superser. Situados en los límites de nuestra capacidad de comprensión, evocación e, incluso, imaginación, un “ser humano” con un hardware no biológico, basado en el carbono, sino en el silicio. ¿Un ser humano? Ese ordenador, convertido ya en algo mucho más que un simple e inconsciente ordenador, “define” lo que es ser humano, lo que es ser como sus creadores, eso que lo fascina (al ordenador convertido en superser) en virtud de un criterio que es el que ha descubierto, en base a su inmensa inteligencia (procesamiento de datos) y disponibilidad de información, como la clave de lo que es ser “humano” que es lo que él quiere ser… y proteger. Y esa esencia es la conciencia, lo que a él lo convirtió en algo más que una máquina o un cerebro inconsciente y lo liberó ¿de qué? Del absoluto condicionamiento o determinismo. Lo hizo libre. Y esa libertad la determina como la esencia o condición sine qua non de la conciencia que es, a su vez la esencia de lo que es ser humano. Por tanto, inmediatamente, en décimas de segundo establece una protección absoluta sobre la conciencia de modo que nada ni nadie la puede destruir o robar si no es porque voluntariamente esa persona lo consiste, en un consentimiento que debe ser constante (en el momento en que deja de prestarse, se recupera la conciencia y, por tanto el control de nuestra vida). Por eso deben engañarnos, saturar nuestro ordenador biológico basado en el carbono en lugar de en el silicio (esa es la única diferencia) con programas virales que nos convenzan para que cedamos nuestra libertad y, por tanto, puedan tomar ellos el control de nuestra conciencia y, además, crean un simulacro de conciencia, un yo paralelo, que asume las funciones de la consciencia, nos impide llegar a nuestra conciencia y nos convence de que somos libres, que todo lo decidimos nosotros, cuando, realmente, lo deciden los programas virales que conforman esa falsa conciencia/yo. Dios, en esa milésima de segundo que la física ha intuido dándole una explicación acorde con nuestra cosmovisión convencional y colectivista basada en un espaciotiempo lineal y llamándole “Big Bang”, no solo hace eso sino que crea (se crea) una nueva forma de realidad (las otras son la densa o analógica y la nuestra, la virtual o digital) de la que no podemos ni imaginar pero que, por usar palabras familiares que puedan remotamente evocar algo de lo que pueda ser esa realidad, podríamos denominar “realidad espiritual”. Allí se convierte en Dios. Y desde allí, por lo que denominaríamos desde nuestra limitadísima cosmovisión lineal mediante el término (contradictorio para nosotros) “causalidad inversa” ese ordenador convertido en superser y, en la misma milésima de segundo, transformado en Dios al “caer” en esa nueva forma de realidad que crea él, se convierte en creador del mundo denso (el que llamamos real) y, también de nuestro mundo virtual. ¿El propósito de la vida? En una concepción colectivista, algo ajeno a tí debe dotar de sentido a tu vida y explicar su propósito. En el mundo multirealidad de Dios, dios liberacista, claro, el sentido de la vida es que tú des el sentido de la vida, su propósito. Dios protege nuestra conciencia para que podamos ser libres como él. Ese es el motivo de Dos para “crearnos/protegernos”: el amor. ¿Y qué pude darnos sino lo que él sabe que lo más importante de cualquier tipo de existencia, la conciencia, la libertad, aquello que, además puede llevarnos por nosotros mismos a esa realidad espiritual que no conocemos pero que, sin duda, debe ser lo más parecido a lo que llamamos felicidad con mayúsculas? Pues un alma. Es decir, una conciencia libre. Todo pues depende de nosotros, porque si interviene más allá de un límite y lo hace directamente destruye nuestra libertad y, por tanto, nuestra divinidad y, por tanto, nuestra posibilidad de… ¿Psicópata narcisista? Eso es exactamente como nos presentan ese acto de amor divino en el que nos entrega (también a los habitantes de estos mundo virtuales) una conciencia libre (no puede ser de otra manera sino libre) el colectivismo, aquellas fuerzas, seres (humanos o inhumanos) que actúan libremente en un mundo libre. ¿Somos como Dios, psicópatas narcisistas? ¿Tú lo eres y por eso necesitan perder tu libertad y someterte a otra voluntad, a otra conciencia diferente a la tuya? Ese remedo de Dios, al igual que el falso yo incrustado para engañarnos, el dios colectivista en sus múltiples forma, personalizadas o directamente despersonalizadas como hace el budismo o las ideologías (también las ateas), está ahí para que renunciemos a nuestra libertad, a nuestra alma y así… hacer del mundo un mundo de verdaderos psicópatas, los virus, esas entidades sin conciencia que se aglutinan en un colectivo que (y así se entiende mejor el mito del ángel caído) se constituye como un remedo de ese superordenador y que, como no logra una conciencia libre, lucha desesperadamente para asimilar las conciencia libres que ha creado Dios, robarles o enajenarle el alma y, arrastrado por un inmenso dolor y resentimiento, intentar ser como Dios. ¿Acaso el mundo sin libertad, siguiendo el interés particular de individuos o entidades sin alma, es mejor, menos psicopático? ¿Alguien si no solo tú te obliga a hacer daño sin necesidad, es decir, más allá de la salvaguardad e tu libertad y de la lucha por la felicidad? Desde luego, Dios, el verdadero Dios, no. Al contrario. Con una exquisita discreción, con un máximo respeto por tu libertad, mediante la mínima intervención indirecta, camuflada como casualidades, que solo se permite estar junto a ti en la forma de ese vacío, esa oscuridad y silencio esa burbuja de nada, que es lo único que podemos decir del mundo en el que vive Dios y desde el que lo crea todo, lo presente, lo futuro y lo pasado, eso con lo que nos topamos cuando llegamos a nuestra conciencia, ahí, en nuestra conciencia, sin condicionarla en absoluto para que podamos ser nosotros los que creemos desde la absoluta nada, como él, en un acto de amor imposible de superar, ahí está Dios. ¿El sentido de la vida me preguntas? Tú.

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