14 de Febrero, 2023
Esta conjunción de un inmenso sistema militar y una gran industria armamentística es algo nuevo para la experiencia norteamericana. Su influencia total (económica, política, incluso espiritual) es palpable en cada ciudad, cada parlamento estatal, cada departamento del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de esta nueva evolución de las cosas. Pero debemos estar bien seguros de que comprendemos sus graves consecuencias. Nuestros esfuerzos, nuestros recursos y nuestros trabajos están implicados en ella; también la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno, debemos estar alerta contra el desarrollo de influencias indebidas, sean buscadas o no, del complejo militar-industrial. Existe y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares indebidos, con efectos desastrosos. Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades ni nuestros procesos democráticos. No deberíamos dar nada por supuesto. Sólo una ciudadanía entendida y alerta puede obligar a que se produzca una correcta imbricación entre la inmensa maquinaria defensiva industrial y militar, y nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntas. (Dwight D. Eisenhower. Presidente de EEUU. 17 de Enero de 1961)
Tras la II Guerra Mundial EEUU se convirtió en la primera potencia mundial tanto económica como militar y tecnológicamente. Y así ha continuado hasta nuestros convulsos días. Europa había quedo devastada por la más sangrienta confrontación armada que ha conocido la Humanidad, convertida en uno de los dos principales campos de batalla donde se produjeron las mayores pérdidas de vidas humanas, de soberanía política y de prosperidad económica. Los dos grandes vencedores de esa contienda, la Unión Soviética y EEUU, como cabeza del conglomerado anglosajón, impusieron un nuevo conflicto, la Guerra Fría, que de nuevo tuvo como principales escenarios a Europa y la franja este y suroeste de Asia. La economía europea se recuperó rápidamente de los estragos de la guerra mundial, pero la soberanía política del continente se mantuvo cautiva en manos de los instrumentos creados por los vencedores, la OTAN y el Pacto de Varsovia.
Como consecuencia de esa guerra de mentira, en la que el enfrentamiento armado directo se sustituyó por guerras locales interpuestas y por una tensión sostenida, más cerca de la competencia empresarial que del conflicto militar, ambas europas, bajo la “protección” de sus libertadores, sufrieron cambios sociales, culturales y políticos que darían como resultado un híbrido entre los dos grandes sistemas económicos del momento: el capitalista y el comunista, los dos, aunque con distinta parafernalia propagandística y apariencia formal, oligopolios que, en el caso del mundo occidental, estaban dirigidos desde la penumbra por los mismos aristócratas que truncaron la revolución liberal y, finalmente, la revolución americana, anulando de facto el libre mercado mediante la corrupción de las instituciones nominalmente democráticas, hoy groseramente totalitarias.
La socialdemocracia, ese híbrido instaurado en la Europa Occidental como fórmula para detener el avance del comunismo en un medio tan vulnerable como eran las libertades de competencia política, reducida al momento electoral, y de prensa, tan fácilmente manipulable por los grandes poderes corporativos, principalmente el financiero y el armamentístico, utilizando sus terminales políticos fácilmente coaccionables y/o sobornables, presentaba dos beneficiosos efectos colaterales al presunto objetivo principal de evitar el contagio de la pandemia comunista.
Por un lado, evitaba que una crítica masa de población cayera en las condiciones ideales para abrazar el comunismo, la pobreza, mediante el sencillo procedimiento de la extracción fiscal con la que se expropiaba anualmente a los ciudadanos, en especial a las clases medias, la mitad del fruto de su esfuerzo y talento para redistribuir esa riqueza entre los más desfavorecidos, entre los que, finalmente, han terminado contabilizadas también esas clases medias protegidas, gracias a su propio patrimonio, mediante lo que ha terminado denominándose «estado de bienestar», un equivalente 50% del paraíso prometido por el comunismo. Los ciudadanos se vieron, y este es el segundo beneficio colateral, convertidos en siervos, limitados en su capacidad para competir y, por tanto, en la situación perfecta para que los nuevos aristócratas “liberales” mantuvieran su oligopolio oculto por la apariencia de libertades democráticas y de libre mercado. Pero además, unido a ese expolio económico, la condición de siervo se veía consolidada por una burocracia también equivalente a la que sufría la población bajo el régimen comunista que incrementaba progresivamente la pérdida de libertad individual mediante una monstruosa y asfixiante reglamentación legal que ha culminado en la mayor conculcación de derechos fundamentales desde el fin de la II Guerra Mundial: la pandemia y los dogmas climáticos, morales y culturales que conforman la Agenda 2030 y los sucesivos concilios de Davos
Es sobre ese sustrato de servidumbre sobre el que se aplica, ininterrumpidamente desde el mandato de Barak Hussein Obama hasta nuestros días, una estrategia encaminada a mantener la pérdida de soberanía política de Europa, ahora aglutinada en la Unión Europea, y su control por parte de sus libertadores, el conglomerado anglosajón heredero, tras acabar con el régimen instaurado por la revolución americana, del Imperio Británico de los aristócratas oligopólicos capitalistas (no liberales). Y es ese mismo imperio, ahora denominado “americano”, el que inicia, coincidiendo con la decadencia económica de los EEUU tras la crisis financiera de 2008, un plan de recuperación que se reduce casi en exclusiva a destruir la competitividad de la economía de sus vasallos europeos aglutinados en la OTAN, especialmente la industria alemana, cuyo despegue se produce gracias a la energía barata suministrada por Rusia.
Truncar la posibilidad de que se consume una gran alianza de la Europa continental basada en el binomio energía rusa/tecnología UE. Y, de paso, guerra por medio, gracias a un Plan Marshall inverso, reconquistar la supremacía económica.
Ante este escenario, el declive económico de EEUU y la amenaza de una alianza entre Europa y Rusia que rompiera las cadenas de vasallaje político y militar con Norteamérica, se pone en marcha la estrategia que ha desembocado en la guerra de Ucrania y la destrucción de la competitividad de la industria de la UE, con Alemania a la cabeza. Porque se trata, exactamente de que el conglomerado anglosajón, bajo dominio del Imperio Americano (antes Británico) controlado por los aristócratas de las nuevas casas nobiliarias empresariales y financieras, recupere el dominio sobre la Europa continental y reduzca a su población no ya a la servidumbre a la que la había conducido la socialdemocracia, sino directamente a la esclavitud (no tendrás nada y serás feliz).
La guerra de Ucrania es el colofón de una minuciosa labor de ingeniería social mediante la que se ha convencido a los europeos de que ellos, y solo ellos, acepten el dogma del cambio climático, la economía sostenible y las energías renovables, aliñado todo eso con la mansa (masoquista) aceptación de una invasión migratoria totalitaria y tercermundista y gracias a la imprescindible colaboración de los propios lideres políticos, empresariales, mediáticos y hasta religiosos europeos, fieles sirvientes que han aceptado el suicidio final de imponer sanciones económicas contra sí mismos, aceptando ser las víctimas de esa guerra que comenzó a gestarse con el golpe de estado del Maidán.
Los sucesos son tan esclarecedores que produce pavor constatar la ausencia casi completa de cualquier acto por parte de los ciudadanos/siervos europeos para defender sus libertades y su bienestar económico. Unos sucesos que desvelan un hecho ahora ya incontrovertible:
Quien perdió la II Guerra Mundial fue la actual UE. Y, quién la ganó, el bloque anglosajón con EEUU a la cabeza.
La secuencia de estos sucesos, hitos cronológicos de un proceso de destrucción económica y de libertades equivalente a un conflicto armado de dimensión continental son estos:
- 2009: Barak Hussein Obama elegido presidente. Vicepresidente: Joe Biden.
- 2014: Victoria Nuland: «Fuck the UE».
- 2015: Agenda 2030.
- 2016: UK sale de la UE.
- 2020: Declaración del estado de excepción en toda Europa y establecimiento de una economía de guerra bajo la coartada del COVID.
- 2022: Destrucción de las cadenas de suministro energético ruso mediante las sanciones y, de forma material, con la destrucción de los gasoductos del Báltico.
- 2023: Prolongación artificial de la guerra de ucrania, de la dependencia energética Europea de EEUU y exilio de empresas y profesionales hacia los EEUU huyendo de la destrucción económica de la nueva guerra europea desencadenada y sostenida por la OTAN.
Europa ha quedado fuera de la competencia para formar parte del primer mundo Ciberlítico gracias a una guerra que se ha desarrollado y ha devastado, como en otras ocasiones, a la Europa continental. Esa Europa a la que raptó su libertador para convertirla en concubina, ahora tratada ya como una inútil, cobarde y vieja meretriz:
“Fuck the EU”