31 Octubre 2020
El Presidente de EEUU es, como en su tiempo el Emperador de Roma, la persona más poderosa del Mundo. Gobierna la primera potencia económica, tecnológica y militar de la Tierra. Pero el Presidente de los EEUU no puede disponer a su antojo de esa riqueza y poder, porque depende de un complejo sistema de control político en el sobresale la opinión pública, fácilmente moldeable por los grandes medios audiovisuales. El “hombre más poderoso de la Tierra” no puede hacer lo que quiera con la riqueza pública ni, menos aún, con la privada. Como tampoco puede hacerlo ningún otro mandatario de una nación democrática.
¿Hay alguien que sí pueda hacer lo que le está vetado al Presidente de los EEUU?
Toda la potencia económica china, incluida la de sus grandes empresas, está controlada por un sólo hombre: Xi Jinping. Exactamente igual que, en su momento, Hitler o Stalin. Exactamente igual que, ahora, Fidel Castro II, Kim Jon-un y… nadie más.
Xi Jinping controla de forma directa el mayor poder económico del mundo y, dentro de pocos meses, si no ocurre un milagro, también el mayor poder político, tecnológico y militar.
Los diez hombres más ricos del planeta deben ponerse de acuerdo para trazar un plan y ejecutarlo. Xi Jinping no tiene que ponerse de acuerdo con nadie. Sólo necesita trasmitir sus órdenes para que toda la economía pública y privada de China, su inmenso presupuesto y sus grandes empresas, se ponga en marcha. Una corporación político-económica dirigida por un sólo Consejo de Administración, el Comité Central del Partido Comunista de China, que maneja un poder económico miles de veces superior al de los 10, 20 o 50 hombres más ricos de la Tierra.
Esto sí que es ser Élite.
Y esa élite es la que ha diseñado y puesto en marcha la Operación Pandemia, mediante la que está derrotando sin ni siquiera aparecer como enemigo, al mundo libre, a los antiguos Aliados que creyeron haber conjurado el peligro totalitario con la derrota del nacionalsocialismo alemán.
Un golpe militar de ingeniería social con dos objetivos prioritarios que, ahora por fin, ya se ven perfectamente claros: Destruir la economía y el régimen de libertades del mundo occidental para, tras la eventual derrota electoral del trumpismo, imponer un poder global hegemónico: El Nuevo Orden Mundial.
La batalla del 3 de Noviembre es decisiva. Pero, aun cuando el mundo libre ganara esa batalla, no estaríamos sino al comienzo de una guerra que, a pesar de los nuevos Neville Chamberlain, hay que darla porque, si no, ya la has perdido. Y en cuestión de muy poco tiempo. Tal vez meses. De hecho, China está consolidando sin que nadie haga nada para evitarlo, dos cabezas de puente decisivas para la ocupación de Europa y América Latina.
Argentina es fundamental para mantener una retaguardia desde la que emitir la propaganda y el efecto mimético y servir de base de operaciones a los diferentes comandos revolucionarios del resto de países iberoamericanos. La dictadura de “nueva normalidad” colectivista no sólo se está ensayando con éxito sino que se configura como el modelo totalitario a exportar, una vez fracasado el castrismo y el bolivarianismo. Si pierde Trump, China encontrará el terreno completamente desprotegido por una administración americana, primero inmersa en una política de apaciguamiento y, muy poco después, colaborando con la nueva ideología, cuya imagen geoestratégica amable es la del multilatelarismo tutelado (por Pekín) y el constructo propagandístico “solidario-progresista-sostenible”. Y, si gana Trump, se encontrará con un “Frente Latino” controlado por China que aislará a todos los países iberoamericanos como su coto comercial desde el que, además, lanzará constantes ataques de conflictividad social y oleadas migratorias al corazón liberacista de EEUU.
España es el eslabón más débil de una UE, a su vez, debilitada durante décadas por el comunismo al 50%, la socialdemocracia de izquierdas y derechas. Una Europa que está sufriendo una involución democrática impensable hace tan sólo ocho meses atrás. Pero España es, también, el principal factor desestabilizador para el mundo libre en su conjunto porque desde esa cabeza de puente ya prácticamente consolidada, el Nuevo Eje colectivista va a desestabilizar de forma definitiva a la, hasta ahora, segunda potencia económica del planeta y principal aliado de EEUU. Una UE cuya estructura política, económica y militar se había diseñado para un escenario completamente distinto al actual y que, dada su baja capacidad para actuar de forma ágil y coordinada, se encuentra sumida en una parálisis por desconcierto en la que los diferentes países y grupos de interés político y empresarial están completamente absortos tratando de dilucidar algo que deberían tener muy claro: qué les conviene.
Es verdad, las elecciones americanas y sus secuelas son el evento geoestratégico más decisivo en un corto plazo que, ahora, es mucho más corto de lo que nunca antes habíamos visto. Pero España es, como ya ocurrió a mediados del siglo pasado, el mejor augurio y, a la vez, la chispa que dará inicio a “los acontecimientos”.
Todo lo que está ocurriendo es extranormal (ver “La Sombra del Murciélago” en este mismo blog), vertiginoso, caótico, impredecible. Pero la actual situación española y su previsible devenir a lo largo de los próximos 12 meses resulta, sin embargo, completamente nítido.
Un pueblo escéptico, que tiene interiorizada la inutilidad y peligrosidad de enfrentarse al poder, cuyo instinto sumiso ha sido perfeccionado a lo largo de la dictadura franquista por un hecho completamente novedoso en nuestra Historia: El mayor y más rápido desarrollo económico después del descubrimiento de América, que ha contado, a diferencia de aquél, con un reparto de la riqueza decisivo para crear una clase media sobre la que se podría haber construido una verdadera y avanzada democracia que, sin embargo, no se logró porque el sustrato caciquil, profundamente mafioso, que vertebra a la sociedad española, sigue ahí, intacto. Las bandas político-empresariales de la dictadura, tanto del propio régimen como de la oposición, sobrevivieron y se encontraron ante la irresistible tentación que ofrecía un pueblo español sumiso hasta cotas que, ahora, asombran al Mundo.
La capacidad para aceptar mansamente la pérdida de libertades y de prosperidad del pueblo español empieza a estudiarse en las Universidades del mundo libre y en los cuarteles generales del mundo colectivista.
Esos antecedentes explican que, entrado el siglo XXI, se esté instaurando una dictadura en el seno de la UE con una facilidad y rapidez inusitada. Pero los hechos concretos sobre los que se construye esta, por ahora, intrascendente historia de instauración de un nuevo régimen hay que buscarla en las intrigas y luchas palaciegas de las bandas políticas herederas de los frutos sociológicos del franquismo. La secuencia es tan simple como evidente en cuanto te alejas un poco de la algarabía del altercado de puerta de lupanar que es ahora mismo la baja y mediocre política española.
La ofensiva china de la Operación Pandemia vino a apuntalar el poder de un gobierno de frente popular que encaraba su futuro inmediato con la perspectiva de una crisis económica derivada de su incapacidad que, junto a la debilidad parlamentaria sobre la que se sustenta su gobierno, no auguraba un largo recorrido ni un buen pronóstico en caso de elecciones anticipadas. De repente, las consecuencias económicas de la pandemia ocultaron esa incapacidad para la gestión y la ruina dejó de ser la responsabilidad de los gestores progresistas para convertirse en el amargo e inevitable fruto de una calamidad natural que, si se amplificaba propagandísticamente, permitiría hacer realidad el sueño revolucionario que guía como única estrategia política, social y económica al gobierno colectivista español: Una República Federal Popular, con los países catalanes y vascos (Navarra incluida) como estados independientes políticamente, pero asociados económicamente a fin de no perder el coto comercial hispano.
Una vez que cayeron en la cuenta de la oportunidad política excepcional que suponía contar con un pueblo completamente educado en la sumisión y con una coartada, la Operación Pandemia, bajo la que imponer la dictadura del pueblo, se centraron en el objetivo de hundir lo más rápida y profundamente la economía para establecer el sustrato de miseria sobre el que consolidar el totalitarismo colectivista de la “nueva normalidad”. Un objetivo que contaba, además de con la sumisa naturaleza psicosocial de los españoles, con una colaboración de los medios de comunicación sin parangón en el mundo libre y que está siendo decisiva, más aún de lo que fue durante la dictadura franquista, para crear una realidad ficticia en la que aislar a la opinión pública de las voces disidentes y de la información exterior, así como para neutralizar a la oposición política, de manera que ahora mismo sólo queda como elemento incontrolable la presión internacional. Exactamente igual que ocurrió durante el franquismo, pero con una diferencia determinante. El régimen dictatorial español (seis meses sin control parlamentario del gobierno) está ahora protegido por su carácter formalmente democrático y por su pertenencia a una organización política y económica, al UE, completamente incapaz, en las actuales circunstancias, de revertir el proceso totalitario.
Neutralizar al principal partido de oposición ha sido tan sencillo como amenazar a sus antiguos dirigentes con una causa penal, la Kitchen, que los llevaría a un infierno judicial y mediático del que no podrían escapar marchándose a un exilio dorado en algún hotel de lujo asiático, para conseguir que, apoyados en la debilidad de la actual dirección, el líder del PP, Pablo Casado, se rindiera incondicionalmente en la ya histórica moción de censura contra el gobierno. Una rendición que se intenta vestir de responsabilidad y “sentido de estado” para responder al inexistente ultimátum que la UE debería haber lanzado en favor de una Große Koalition entre los dos grandes partidos de la derecha y la izquierda o, cuando menos, de un consenso político en los grandes temas capaz de enfriar el radicalismo neocomunista y evitar el caos.
Todo mentira por parte de todo el mundo. La única estrategia del Frente Popular, de la oposición domesticada y de la UE consiste en aprovechar cada uno a su favor de sus propios intereses la capacidad sin límite del pueblo español para aguantar la dictadura y la miseria hacia la que nos dirigimos de forma vertiginosa.
Nadie tiene verdadera intención de frustrar el proceso totalitario en el que España está inmersa. Pero, por si acaso, el neocomunismo liderado por Podemos pone a punto dos estrategias secretamente consensuadas con el sector más izquierdista del PSOE: Una, seguir en el gobierno adaptando el ritmo y las formas a los acontecimientos. Otra, en el caso de que sean desalojados del poder o el proceso revolucionario vea frustrada su histórica oportunidad, precipitar el caos.
Personas del entorno de la izquierda se han infiltrado en algunos de los grupúsculos de opositores que intentan organizarse de forma “heroicamente atolondrada” a fin de sabotear, desprestigiar o parasitar eventuales movimientos similares al 15M, al mismo tiempo que ponen a punto sus brigadas callejeras para realizar actos violentos de falsa bandera, amedrentar a los manifestantes contrarios al gobierno y, en el caso de que se frustraran los planes revolucionarios, crear una situación de conflicto social que llevara a un caos político y económico de tal envergadura que hiciera imposible cualquier intento de ayuda de nuestros socios comunitarios.
En cualquier caso, todo apunta a que nos dirigimos hacia la implantación de una dictadura colectivista implantada de forma traumática o tras un régimen transitorio sustentado en la nueva normalidad del viejo chantaje sobre el que se edificó la transición interminable a la democracia: o esto o una nueva guerra civil.
El partido socialista, por su facción más radical, trata de ganar tiempo para que la transición a la República Federal Popular sea lo suficientemente suave como para no despertar a los españoles de su ancestral sueño, refinado y acentuado por el éxito económico sin precedentes del franquismo y no precipitar una intervención drástica de nuestros socios europeos que sufren desconcertados e impotentes los efectos del segundo envite de la Operación Pandemia, más destructivamente eficaz cuanto más medievales y totalitarias son las respuestas que dan los países a la falsamente grave enfermedad (ahí está Suecia, con apenas 15 muertos por COVID en la última semana frente a los 1389 de España).
La UE, por su parte, mantendrá durante más o menos tiempo, y esa es la única incógnita, la compra de deuda como una vía con la que ganar también tiempo, en su caso, para consolidar una recuperación económica desde la que afrontar con garantías la decisión que ya se ha tomado: Que España salga de la UE. Los plazos, habida cuenta de la impredecibilidad de los acontecimientos, aun no están definidos. Pero sí lo está el escenario al que nos dirigimos.
España pasará a formar parte, Pirineos mediante, del protectorado africano, aliviada esta humillante situación por el honor de concedernos un acuerdo comercial preferente, en el caso más probable de que el proyecto revolucionario del frente popular se consolide. Un estatus que, ya fuera de la Unión, y quedando esta con su euro razonablemente a salvo de las vicisitudes revolucionarias españolas, podría ser revisado en cualquier momento para peor.
En el caso de que la Große Koalition prosperara, se produciría un “rescate duro” con el que someter a los españoles a una férrea y prologada tutela por parte de Bruselas hasta que nos disciplináramos lo suficiente o dejásemos de ser un peligro constante para la estabilidad de la UE. Por supuesto, los planes del gobierno del frente popular, si se imponen los más prudentes, pasan por fingir este consenso político para lograr la máxima ayuda comunitaria con las condiciones más suaves hasta que se consoliden los mecanismos totalitarios lo suficiente como para permitir un aumento del chantaje de “somos demasiado grandes como para dejarnos caer”, ante el que Bruselas respondería con “pero no para dejaros partir”.
En cualquier caso, debemos prepararnos para una vida como la de nuestros bisabuelos. Una pobreza con aspecto moderno. La secular normalidad hispana de súplica y enchufe, sumisión y desesperanza sólo aliviada por el horizonte de un nuevo mundo. Todo vivido sin ningún dramatismo, porque ya venimos acostumbrados de fábrica. Lo llevamos en la sangre de cientos de generaciones.
Ya estamos de regreso a nuestra Historia de sometimiento y pobreza en la que nunca pasa nada y, si pasa, no importa. Sufre el que sufre y, el que no, vive en el temor de que su suerte acabe de repente, con total normalidad. Sí, ya hay colas del hambre. ¿Y qué? Nuestros pueblos y ciudades han sido convertidos en guetos, con toque de queda y policía vigilando las carreteras y los trenes para que no escape nadie sin salvoconducto, recorriendo las calles para controlar que todos llevan puesta su mordaza y recordar con altavoces a la población que debe obedecer las órdenes por el bien de todos, para luchar contra la pandemia, para no ser sancionados y repudiados por la nueva sociedad, esa vieja masa represora. No pasa nada. La normalización psicológica de lo tenebroso ha hecho su trabajo. El augurio se ha cumplido antes siquiera de formularlo.
¿Y el resto? ¿Eso que llamamos Mundo?
Todo depende, y nadie imagina hasta qué punto, de lo que ocurra en las elecciones Presidenciales de EEUU. Lo que venga después ya está escrito en los cuarteles generales alguna superpotencia que desconocemos y que es la que de verdad gobierna este mundo-granja en el que prácticamente nada de lo que ocurre podemos explicarlo con las cosas de este mundo.
Tan sólo decir, para urgente aviso a navegantes, que, si China gana las elecciones norteamericanas, no necesitará contemporizar con Alemania o Japón, sino que directamente hundirá la industria de estos dos países. Los grandes magnates de las multinacionales occidentales descubrirán que han sido deslocalizados del paraíso comunista y que el sueño de ese potencial mercado chino con el que los engañaron lo disfrutan… los chinos.
Si gana el mundo libre, el verdadero hombre más poderoso de la Tierra, Xi Jinping, jugará sus cartas: La guerra civil americana de bajo rango y largo término y el enfrentamiento entre potencias industriales de oriente y occidente a las que ofrecerá el juguete roto de su mercado interno si deciden apoyar el multilateralismo, ese estado de cosas donde cada uno va a lo suyo y el pez más grande, China, se come al resto lentamente, sin que salten las alarmas, sin que nadie se percate de que la élite global es el Comité Central del Partido Comunista de China, que maneja directamente y sin cortapisas el que es mayor poder económico sólo porque los demás tienen el suyo esparcido en múltiples intereses dependientes de la “opinión pública”, que es el sistema de gobierno que ha sustituido, sin que nos diéramos cuenta, a la democracia.
O romper todos los augurios del mismo modo en que el gran Alejandro desató el nudo Gordiano. Usando su poder de un tajo certero y fulgurante como la luz que desprenden las estrellas. Como el hálito divino que anima nuestra vida y nos lanza a las playas de la libertad, las de Normandía, para jugar la última carta: Har Megiddó.