8 Octubre 2020
Estamos viviendo la transición desde el Neolítico hasta un nuevo mundo, el Ciberlítico.
Lo trascendente para la Humanidad no es si al adentrarnos en un mundo menos dependiente de la Naturaleza, de sus crueles leyes de supervivencia, y pasar a vivir en un mundo virtual, perderemos nuestra humanidad.
El transito a una condición transhumanista no es en sí mismo beneficioso o nocivo para nuestras vidas. Lo es cómo serán nuestras vidas en ese nuevo mundo.
Dos viejos bloques surgidos con el inicio del Neolítico, sustentado en la creación de ganado humano mediante el proceso de domesticación llamado civilización, están luchando ahora mismo para controlar ese mundo al que nos dirigimos: los colectivistas y los liberacistas.
Una élite, la de los grandes pastores, intenta que en este momento de tránsito, en esta encrucijada de la Historia de la Humanidad, el mayor número posible de personas acepte una naturaleza sumisa y gregaria, desprovistas de libertad individual, capacidad crítica y de disensión, incapaces de establecer relaciones personalizadas con los demás y unirse a ellos para defender la libertad común de disentir de la única forma en que pueden hacerlo quienes conservan su naturaleza humana: lealtad voluntaria, sin adhesiones fanáticas controladas por ideas convertidas en ideologías, es decir, en virus mentales que sustituyen al verdadero yo y toman las riendas de sus huéspedes humanos.
La lucha no estriba en seguir viviendo en ese “mundo natural” que apenas controlamos y del que prentenden que olvidemos la crueldad, injusticia e inhumanidad con que determina nuestras vidas. La lucha estriba en acceder a ese nuevo mundo más humano, más dependiente de nuestra conciencia, como seres libres, como la élite que somos o como ganado virtual.
Las élites contra las que debemos luchar no son las que quieren implantar un mundo más dependiente de nuestra voluntad, sino los que ahora mismo desean que vivamos en un totalitarismo, despersonalizados y colectivizados en una masa gregaria que sigue sus instrucciones exactamente igual que hacen los rebaños con sus pastores.
Nos engañan para que creamos que los avances de la tecnología, que nos conducen a un mundo en el que cada vez somos más poderosos y menos indefensos ante la injusticia y crueldad de las leyes naturales, son en sí mismos la amenaza para nuestra libertad y para nuestra naturaleza humana. Porque la naturaleza humana consiste en ser libres, en ser nosotros mismos, no importa el formato en el que se desarrolle nuestra existencia. Y seremos más libres en ese mundo más humano. Por eso quieren que evitemos entrar en él o que lo hagamos habiendo renunciado voluntariamente a nuestra libertad, a ser nosotros mismos y no un clon virtual de un modelo construido con ideas fijas e independientes de nuestra voluntad: un código de verdades y bondades por el que debemos regirnos.
Esa es la lucha. Ser élite. Ser humanos libres. Luchar contra quienes no quieren que lo seamos ni en el viejo mundo ni en el nuevo.
Lo malo no es el 5G, sino para qué se utilice: para someternos o para ampliar nuestra libertad. Para aislarnos de los demás y confinarnos en un gulag online o para darnos alas y que podamos viajar a cualquier lugar del mundo para conocer y relacionarnos directamente con otras personas que siguen siendo tales y no réplicas del mismo modelo universal de humano gregario.
Lo malo no son los chips incrustados en nuestra vida, dentro o fuera de nuestro cuerpo, sino si esos chips los controlamos nosotros y sirven, por tanto, para hacernos más libres o los controlan otros, los de siempre, los viejos pastores del Neolítico que han trasladado a sus rebaños humanos a las praderas del nuevo mundo virtual. Un inmenso continente que se abre ante nosotros y al que podemos ir como hombres libres o como esclavos. Esa es la lucha que quieren que no demos y, por eso, nos engañan convirtiendo en amenazas lo que podría hacernos más fuertes y libres y construyendo peligros ficticios para confinarnos en corrales mentales y físicos exactamente igual que hacen los pastores con la ovejas.
La ficticia pandemia tiene por objeto aislarnos en guetos cada vez más pequeños, hasta que quedemos confinados dentro de nosotros mismos, aislados, encerrados en nuestro anonimato, indiferentes al resto de los humanos despersonalizados, convertidos en parte del escenario, encapsulados en nuestro interior, tras el campo de fuerza indetectable de ese falso yo construido con virus mentales unidos entre sí a una mente única, la de la manada, la del rebaño, que los pastores controlan inventando peligros y protecciones, en el viejo mundo y en el nuevo al que sólo quieren acceder ellos para estar a salvo de la cruel naturaleza y, desde ahí, con los inmensos avances tecnológicos que sólo ellos disfrutan, controlarnos a distancia, de forma mucho más efectiva e indetectable, haciéndonos creer que somos libres porque el yo estándar que nos parasita toma las decisiones en nuestro nombre. Las mismas para todos. Las que vienen directamente de la élite colectivista.
Llegará el nuevo mundo. De hecho lo está haciendo ya, sin que nadie pueda evitarlo. Pero una inmensa mayoría quedará fuera de él, confinada en granjas más sofisticadas, masivas y crueles que las del viejo mundo, esas que ahora mismo se tratan de ocultar a los ciudadanos del mundo libre, porque su capacidad para anestesiarnos, para dormir a nuestro verdadero yo, es infinitamente superior.
La lucha no es por impedir la llegada del nuevo mundo, sino por controlar las naves que nos llevan hasta él y, una vez allí, imponer nuestra libertad o llegar ya convertidos en esclavos, en ganado humano. Esa es la lucha. Para eso nos están engañando en el último y más portentoso plan de ingeniería social que orbita alrededor de una falsa pandemia y su nueva normalidad: la vieja normalidad de las dictaduras, de las verdaderas élites inhumanas. La realidad del rebaño.
¿Qué hacer?
Preservar nuestra libertad individual.
Crear grupos de élites liberacistas para luchar contra las élites colectivistas con sus mismas armas, sin renunciar a la tecnología ni a los métodos de control con los que, en lugar de confinar, podemos liberar a los demás construyendo un espacio humano, biológico y virtual, y no un espacio ganadero.
Construir una secta antisectarismo, una nación global de hombres y mujeres libres con territorios humanos, físicos y virtuales. Construir nuestro nuevo mundo dentro de nosotros mismos y, desde ahí, sacarlo fuera.
Crear una Corporación Libertad, un híbrido de familia, ciudad, estado y empresa que garantice nuestra libertad y prosperidad. Una nueva institución que encarne los ideales con los que suponíamos estaban construidos los estados que están siendo reconvertidos ante nuestros ojos en establos, en guetos, en gulag.
Lo público ha fracasado. Es hora de crear lo individual común o resignarnos a vivir en lo comunizado con apariencia de individualidad. Es hora de unir todas las fuerzas disidentes en una Corporación Libertad. O luchar contra los molinos de viento que los genios malignos colectivistas han colocado ahí para que no estorbemos su conquista del nuevo mundo con flotas de humanos esclavizados por una mente paralela que han incrustado desde la infancia y que ahora se activa no por nuevos ingenios tecnológicos, sino por el más antiguo mecanismo de control: el miedo. La seguridad del corral. El engaño de los pastores y sus perros.
Uniros no para luchar contra el progreso tecnológico, sino contra los que quieren utilizarlo, como siempre han hecho, para pastorear a la Humanidad.
Corporación Libertad.
Nuestra propia nave para viajar al nuevo mundo y crear allí una nación de hombres y mujeres libres.