Reset

El shock que ha causado la respuesta medieval a una pandemia que, cuando se acabe la censura y se conozcan los contagios reales, estará en cifras de mortalidad semejantes a la gripe, excepto en los países que han fracasado dramáticamente como sociedades avanzadas, ha desencadenado una ola de pensamiento único, ridículamente simplista y perversamente dañino. Tras lo que hemos permitido que nos hagan, aceptamos sin más que eso será lo que nos van a seguir haciendo: robarnos la libertad y empobrecernos. Muchos más de lo que imaginábamos se han unido a esa inercia apocalíptica para reforzar la idea de que, a partir de ahora, es inevitable que seamos menos libres y más pobres. Un eco que, visto desde cierta distancia, se muestra como un espeluznante contagio masivo de pensamiento único propagado gracias a un resorte que, a lo largo de la monstruosa educación con la que nos han domesticado, incrustaron en nuestras mentes para que se unieran a la verdad de la colmena.

Se ha producido una explosión de fatalismo que responde a una manipulación grosera promocionada de forma subliminal por los mismos que han propagado la enfermedad: La dictadura comunista china y la OMS. Una manipulación que consiste en alimentar el alarmismo y la histeria para justificar la adopción de medidas que son, y no casualmente, las que sustentan a toda dictadura. Un ejemplo esclarecedor. La OMS viene siendo el catalizador que reúne, amplifica y difunde el vaho de confusión, ignorancia y amenaza sobredimensionada que rodea todo lo que se refiere a la COVID-19. Y uno de esos bulos brumosos son las dudas de que se produzca la inmunidad de rebaño que impediría que las personas que han superado la enfermedad volvieran a infectarse. No es un asunto menor, por cuanto, de ser verdad, convertiría la pandemia en algo crónico que, asumido el bulo de la magnificada gravedad, justificaría la pérdida permanente de la libertad de movimiento. ¿Se trata de un mensaje liberticida subliminal, de una profecía autocumplible o de un secreto siniestro que pronto saldrá a la luz?

Científicos surcoreanos acaban de informar sobre los resultados de un estudio en el que se concluye que no se puede hablar de reinfecciones, sino que los casos que aparentemente entraban en esa categoría son en realidad falsos positivos. No son ciertos, por tanto, los difusos bulos de la OMS.

The process in which COVID-19 produces a new virus takes place only in host cells and does not infiltrate the nucleus. This means it does not cause chronic infection or recurrence,” (Dr. Oh Myoung-don, Seoul NationalUniversity Hospital)

“… Esto significa que (el SARS-CoV-2) no causa infección crónica ni reinfección

Entonces ¿cuál es el motivo para inventar una nueva normalidad que restrinja nuestras libertades?

Sin embargo, se acepta sin más la idea de esa nueva realidad que es la más vieja del mundo: la miseria y la esclavitud. “Nada será ya igual”. “Debemos aceptar una nueva normalidad”. “Hay que cambiar el modelo de sociedad”. “El capitalismo (peyorativo sobrenombre con el que los colectivistas se refieren a la libertad) ha caído”. ¿Y cuál es el modelo de esa nueva normalidad? China, Irán, Haití, Cuba, Nigeria o Corea del Norte… la España del gulag colectivo.

Medios de comunicación vinculados a países colectivistas y a sus compañeros de viaje ideológicos o, incluso, empresariales, atacan ferozmente los intentos de salvaguardad la libertad y evitar la ruina económica, publicitando machaconamente los contagios y muertes en países libres que se resisten a caer en la trampa del suicidio económico y la pérdida de libertades, al mismo tiempo que presentan los desastrosos resultados de los países que sí han cedido a esa trampa, Italia o España por ejemplo, como algo lógico dada la terrible gravedad de la pandemia que los negacionistas de EEUU, Suecia, Corea del Sur, o Japón se empeñan tercamente en rechazar. Una ofensiva propagandística nunca vista desde la Guerra Fría y que protagonizan instituciones internacionales pagadas por el mundo libre para servicio del mundo totalitario y por los viejos enemigos externo e internos, así como grandes medios de comunicación alineados con las tesis colectivistas.

El Mundo, al parecer, ya no es como era y, además, se parece como una gota de agua a las dictaduras “igualitarias y progresistas”. ¿Han ganado? ¿De repente todos somos menos libres y más pobres porque no hay más remedio o, tal vez, porque ellos tenían razón?

No hay ninguna necesidad de entrar en la normalidad de las dictaduras. Pero es una magnifica oportunidad para ahondar en la normalidad del mundo libre.

Es posible que las circunstancias hayan cambiado tanto que nos encontremos en una nueva realidad que, como todas, presenta dificultades y oportunidades. De hecho creo que eso es lo que está ocurriendo. Y que la táctica del viejo internacionalsocialismo y las ideologías totalitarias que lo acompañan consiste en convencernos de que, para nosotros, esta nueva realidad sólo depara dificultades insalvables ante las que tenemos que resignarnos, pero no oportunidades de las que beneficiarnos. No hay problema. Aceptemos que hay una nueva normalidad y hagamos reset en nuestras vidas para mejorarlas.

El mundo libre en su conjunto está ante la mejor oportunidad en muchos años para dar el gran salto hacia una realidad mejor… para los humanos, para nosotros, no para la Madre Tierra, los grandes principios colectivistas y totalitarios o cualquier otra dañina entidad virtual disfrazada como inevitable.

Empezar, si no de cero, poniendo un cero detrás de nosotros.

Un secreto se esconde bajo el resorte que nos hace creer imposible usar nuestras propias capacidades en nuestro propio provecho: A cada instante comienza el Mundo. Somos el único suceso. La realidad es, simplemente, el escenario donde sucedemos. Puedes moldear el decorado. De hecho, lo hacemos constantemente, muy a menudo… para mal. La última decisión está siempre en nuestra mano.

¿Filosofía? Bueno, exactamente igual de filosofía que la de quienes nos dicen que aceptemos una nueva normalidad que les beneficia a ellos y nos perjudica a nosotros.

La mayor ocasión que vieron los tiempos.

¿Qué nos ha traído hasta aquí? No terminar la II Guerra Mundial y conceder al enemigo el gratuito poder de nuestra debilidad.

La reciente amenaza del embajador chino hacia Australia si insistía en investigar el origen de la COVID-19 nos ha mostrado dos cosas extraordinariamente importantes. La primera, el verdadero rostro de la dictadura comunista china, que es el del viejo enemigo del totalitarismo y la colectivización. La segunda, nuestra debilidad. El embajador no ha amenazado con las armas sino con represalias comerciales. Dejar de comprar carne o vino australiano o no enviar a sus jóvenes a estudiar allí. Hemos entregado los puestos de trabajo, la fuente de abastecimiento y la capacidad financiera a una dictadura. Nos hemos convertido en rehenes, trasvasando riqueza a un monstruo que tiene atrapado al pueblo chino y que busca ahora atraparnos a nosotros. Una simple pandemia, en el momento oportuno y los rehenes, nosotros, aceptamos la derrota, dominados por el síndrome de Estocolmo y dependientes de la droga del comercio con el gigante asiático. Pero ¿de verdad esa es nuestra debilidad o lo es sólo porque permitimos que lo sea? ¿Es nuestra debilidad o es la de China?

Cambiemos el decorado sobre el que sucedemos. Hagamos realidad la amenaza del embajador. Cortemos el comercio con China. Reproduzcamos aquí las condiciones favorables que hemos promovido nosotros mismos allí y añadamos nuestras ventajas culturales, políticas y tecnológicas. Seamos una China sin dictadura. Recuperemos la producción creando un entorno de productividad añadida mediante el embargo comercial y apoyémonos en las condiciones de competitividad laboral que ofrece la crisis económica. Convirtamos el desempleo en empleo recuperado. Hagamos de la necesidad, virtud.

Sólo tenemos dos obstáculos. El poder político autónomo y el poder de las corporaciones empresariales.

Las corporaciones empresariales se mueven con más libertad que los estados en el mundo globalizado, aprovechando los resquicios de alegalidad y jugando con todas las ventajas que les ofrecen en cada uno de los países y entornos económicos. Son capaces de gestionar y satisfacer con mayor eficacia que los estados modernos las necesidades y expectativas de amplias capas de población. Juegan con ventaja en muchos terrenos, también en el de la propaganda y la ingeniería social mediante el control de los grandes medios de comunicación, incluido Internet. Y por todo eso pueden unos formidables enemigos o unos aliados decisivo para lograr el cambio hacia una nueva y mejor normalidad en términos de libertad y prosperidad. Y, para eso, deben ser controladas por los ciudadanos-empleados-consumidores de dos maneras. Directamente, mediante las pautas de consumo y el castigo comercial, o indirectamente a través del poder político, estableciendo regulaciones que modifiquen las condiciones de rentabilidad, como los aranceles. Pero no sólo eso. También utilizando la política laboral, la contención de costes productivos añadidos vía impuestos y, lo más importante, la promoción de la competitividad emergente: Nuevos pequeños emprendedores que creen un caldo de cultivo antioligopolio y grandes empresas que diversifiquen su actividad hasta nuevas áreas ahora monopolizadas por la fábrica china en las que pueden desenvolver con eficacia y rentabilidad si creamos aquí las mismas ventajas que permitimos allí.

Tenemos un tejido empresarial, humano y tecnológico de primer nivel. Entonces, ¿Cuál es nuestra desventaja? La que le permitimos a China y que, por tanto, sigue estando en nuestras manos: bajos costes laborales y una economía de escala que les hace ser tremendamente competitivos. Un ejemplo: Loncin, que fabrica y exporta motocicletas BMW, tiene una producción de 3.000.000 de unidades anuales, Zongshen (Piaggio) 4.000.000 o Qianjiang (Benelli) 1.200.000. China posee la ventaja de la economía de costes. Pero esa situación se puede revertir si la crisis económica deriva en un enfriamiento de las relaciones políticas y comerciales que obligue a las grandes corporaciones a relocalizar la producción, ayudadas por una política que canalice la imprescindible inyección económica con la que amortiguar la crisis social en forma de subvención de los costes que ocasiona el traslado de la producción.

Eliminar por completo el gasto político no rentable en términos estrictamente económicos, orientar el gasto social hacia el mejor compromiso entre rentabilidad social y económica, crear las condiciones burocráticas y financieras que permitan la máxima presión competitiva, eliminando el nepotismo y la corrupción y facilitando la iniciativa de pequeños emprendedores. El retorno de los puestos de trabajo amortiguará el desempleo y la maquinaria productiva de las empresas que traigan su actividad a nuestros países se verá, a su vez, favorecida por unos menores costes laborales, energéticos y fiscales.

La alternativa a esto es continuar el peligroso juego financiero de compra de tiempo, paz social y estabilidad del negocio político, mientras permitimos que la dictadura comunista China convierte la debilidad de su dependencia comercial en una fortaleza que, si no hacemos nada, dentro de muy poco llegará a un punto de no retorno en el que se hará realidad la propaganda de esa nueva normalidad contra la que el mundo libre lucha desde Septiembre de 1939.

Hagamos por nosotros lo que hicimos por China regalándole la producción y admitiendo un comercio asimétrico. Hagamos asimetría a nuestro favor. Actuemos en nuestro propio provecho. Sigamos siendo libres, porque esa es la columna sobre la que descansa nuestras prosperidad. Inventemos una nueva realidad mejor, no peor. Terminemos de ganar de una vez la guerra contra los colectivismos nacionalsocialistas e internacionalsocialistas. O entrenémonos para saltar un muro de Berlín… hacia el otro paraíso comunista que hay al oeste.

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